Hay piezas de nuestro organismo a las que prestamos poca atención y, sin embargo, son más esenciales de lo que creemos para nuestra vida diaria y en relación a la acidez o el reflujo gastroesofágico.
El esófago es una de esas piezas. Se trata de un tubo que conduce los alimentos ingeridos hasta el estómago y en el que hay un pequeño anillo muscular que funciona a modo de válvula.
Esta válvula permite que los alimentos entren hasta el estómago, pero hace que los ácidos que en él actúan para digerirlos no suban hacia nuestra garganta y provoquen daños en los conductos superiores.
Cuando la válvula falla, el ácido sube y se produce el reflujo o acidez.
El esófago de Barret
Los síntomas del reflujo son bien conocidos: ardor de estómago, regurgitaciones producidas por la llegada a la boca de los contenidos del estómago e incluso otros, aparentemente inconexos, como dolor abdominal, faringitis, asma, tos o problemas de sueño.
Las causas de esta enfermedad son diversas, pero lo importante es ser conscientes de que la mala alimentación y los hábitos perniciosos complican su evolución. En muchas ocasiones puede ir acompañada de una hernia de hiato, es decir, conducir a una situación en la que el estómago, en mayor o menor grado, asciende hasta la cavidad torácica.
El reflujo es una enfermedad benigna, que puede controlarse con un buen control de la alimentación y razonables hábitos de vida. Pero no hay que confiarse, porque puede también tener complicaciones.
En efecto, si el reflujo se cronifica, el primer problema es que el enfermo ve afectada su calidad de vida. Los síntomas mencionados más arriba, vividos a diario, afectan de manera notable al bienestar de la persona afectada.
Pero, más allá de eso, puede haber derivaciones más graves, la principal de las cuales es el denominado esófago de Barret, que puede evolucionar, si no se trata adecuadamente, en cáncer de esófago. La gran mayoría de los cánceres de esófago vienen derivados del reflujo estomacal crónico.