La población en general no presta la suficiente atención a la salud de su aparato digestivo porque, ante todo, busca satisfacer una necesidad inmediata: comer bien y muchas veces demasiada cantidad.
Las consecuencias fisiológicas de los malos hábitos alimenticios siempre llegan después, pasado un cierto tiempo; pero podemos evitarlo con una dieta sana y equilibrada, como la mediterránea, sin ser la única.
Primer plato, segundo y postre para entender el aparato digestivo
Masticar bien la comida en la boca, tragar hacia el esófago, sin forzar, beber agua pausadamente y hacer la digestión con cierto reposo favorecerán la absorción de los nutrientes que se descomponen sistemáticamente en el estómago, duodeno, intestino delgado y grueso, final de trayecto para los deshechos.
En todo este proceso, que empieza cuando se genera el bolo alimenticio, comida masticada con saliva, existe un denominador común, la acción de las enzimas digestivas.
Son proteínas con funciones específicas en el caso del aparato digestivo. Ayudan a descomponer los alimentos ingeridos hasta conseguir reducirlos a moléculas simples y obtener así para el cuerpo humano su energía a través de la absorción sanguínea.
Por ejemplo, la enzima alfa amilasa, presente en la saliva, se encarga de ir digiriendo desde el primer mordisco la composición del almidón de las patatas fritas.
A este proceso se unirán tanto el estómago, cuando el esófago, órgano sencillo del aparato digestivo, “deja caer el bolo alimenticio por su tubo”, como el hígado, el páncreas, la vesícula biliar, el duodeno y los intestinos delgado y grueso, todos fundamentales para que las moléculas de los nutrientes sean absorbidas.
En el estómago se depositan los alimentos y bebidas que ingerimos, una especie de bolsa que tiene una gran actividad, a diferencia del esófago. Por una parte, segrega un líquido que contiene enzimas y ácido clorhídrico (producido por las glándulas gástricas localizadas en su pared interna); y por otra, comienza la digestión en serio.
El bolo alimenticio, ya una masa viscosa (quimo), continúa su trayectoria y sale del estómago hacia el duodeno o parte inicial de los intestinos, donde la comida se encuentra con más líquidos generados por el hígado y el páncreas.
El hígado, que no solo es un órgano relacionado con enfermedades, no es tan conocido como el estómago, muy popular al señalarlo, de manera sistemática, como lugar del apetito y del hambre, o como zona de un dolor.
En el hígado se produce la bilis, un líquido con diferentes funciones: por un lado, elimina toxinas del cuerpo humano, que se extraerán junto a las heces, y, por otro, hace las veces de un detergente, a modo de Mistol o Fairy.
La bilis -secreción amarilloverdosa- disuelve las grasas en ácidos grasos para que las enzimas puedan actuar con mayor eficacia tanto en la descomposición como en la absorción de los nutrientes.
“Sin bilis -subraya el gastroenterólogo- no existiría una digestión adecuada de las grasas”.
Por su parte, el páncreas, órgano similar a una salchicha, muy oculto dentro del abdomen, genera el jugo pancreático, un líquido con muchísimas y potentísimas enzimas digestivas.
Estos fermentos y proteínas son capaces de digerir cualquier tipo de alimento. Junto a la bilis, hacen maravillas en la descomposición de los alimentos sólidos y líquidos que ingerimos.
La vesícula, conocida más porque hemos oído o leído sobre sus enfermedades, es una simple bolsita que se llena con la bilis producida por el hígado.
El intestino delgado, con sus dos partes, yeyuno e íleon, es la continuación del tramo duodenal.
Las células que revisten el intestino delgado facilitan otra cantidad añadida de enzimas para insistir en la digestión de los nutrientes y, sobre todo, se dedican a la absorción de las moléculas simples generadas en la descomposición de los alimentos (proteínas, carbohidratos y grasas).
Los restos sólidos y líquidos que no son absorbidos, como las fibras, y diferentes componentes de la dieta que son de difícil digestión o no le interesan al cuerpo humano llegan a la última parte del aparato digestivo, el colon o intestino grueso.
En su interior habitan millones de microorganismos, básicamente bacterias y hongos, como la levadura Candida albicans, que en su inmensa mayoría resultan de gran utilidad para los sistemas digestivo e inmunitario.
El contenido microbiano de nuestro intestino grueso está formado por una masa que llega a pesar cerca de dos kilogramos: contiene cerca de diez billones de microorganismos, diferenciados hasta en mil doscientas especies de bacterias.
La microbiota intestinal varía en número, variedad y calidad desde la infancia, y se mantiene bastante estable en la edad adulta hasta que experimenta modificaciones significativas en la vejez, años en los que va reduciendo su variabilidad o en los que aumenta o disminuye su número.
Un tercio de estos microbios intestinales son comunes en la mayoría de la población, mientras que otros dos tercios dependen de la fisiología de cada persona, lo que significa que la microbiota de los intestinos es análoga a un documento de identidad personal.
Los microbios cumplen múltiples funciones, desde proporcionarnos las vitaminas B ó K, que ellos mismos generan, hasta ayudarnos a digerir los alimentos, como los polisacáridos; incluso, se arriesgan a degradar compuestos tóxicos defendiendo nuestra mucosa intestinal.
En este tubo se digieren, como un repaso complementario, los restos del bolo alimenticio para intentar conseguir algo más de energía nutriente.
¿Las bebidas sufren el mismo proceso digestivo?
Los seres humanos requerimos grandes cantidades de agua diarias, fundamental para la supervivencia corporal; por lo tanto, de las bebidas nos interesan captar posibles nutrientes y, sobre todo, su agua… líquido elemento se irá absorbiendo lo largo del tubo digestivo.
Es el caso de la leche, con sus proteínas, calcio e hidratos de carbono, pero también su agua.
Tanto es así que en algunas enfermedades, cuando el paciente no absorbe bien el agua, como es la gastroenteritis infecciosa, se padecen diarreas muy molestas; situación médica que requiere una mayor ingesta de agua al no poder absorberla adecuadamente.
FUENTE: EFE