La Gastroscopia, también conocida como endoscopia alta, despliega su importancia como herramienta esencial en procedimientos diagnósticos y tratamientos del tracto gastrointestinal superior, abarcando el esófago, el estómago, y el duodeno, punto de inicio del intestino delgado.
El gastroscopio, un tubo flexible fabricado en silicona, caucho o plástico, lleva en su interior conductos para instrumentos médicos como pinzas para biopsias y agujas para medicamentos. Durante el examen, el paciente, generalmente en ayunas, se encuentra cómodamente sedado para evitar molestias.
Como testigo de una gastroscopia personal, puedo asegurar que, a pesar de la anestesia en la garganta, puede resultar desagradable. Sin embargo, cuando estás completamente sedado, la experiencia es indolora.
La cámara al final del gastroscopio transmite imágenes en tiempo real, permitiendo al profesional examinar detalladamente el revestimiento del tracto superior hasta la segunda porción del duodeno.
El especialista busca posibles anomalías, como úlceras, inflamaciones, hemorragias, pólipos o tumores durante la inserción y retirada del gastroscopio desde la zona duodenal.
Además de su función diagnóstica, el gastroscopio puede emplearse para tratamientos inmediatos. Por ejemplo, si se detecta una úlcera sangrante, se cauteriza para prevenir complicaciones.
Biopsias de tejidos sospechosos también pueden obtenerse a través del gastroscopio para análisis posterior. Hoy en día, no es suficiente observar infecciones o tumores; es crucial identificar bacterias específicas o el tipo exacto de tumor maligno.
La información es poder, especialmente en medicina, donde la precisión es sinónimo de curación. El gastroscopio se erige como una herramienta invaluable en la medicina moderna, facilitando la detección y tratamiento temprano del tracto digestivo superior, mejorando así la atención y la calidad de vida de nuestros pacientes».