La endoscopia sirve para explorar el tubo digestivo por dentro. Se trata de un procedimiento poco invasivo que puede evitarle al paciente el paso por el quirófano. Para evitar molestias o dolor se seda al paciente con analgésicos o hipnóticos vía intravenosa.
Esta técnica diagnóstica permite la exploración visual de casi todas las partes del organismo mediante un tubo óptico.
No hay una frecuencia de edad establecida, niños y adultos no están exentos de patologías digestivas. Cuando se tiene dolor abdominal o enfermedad celíaca, es necesario hacer una endoscopia, así como cuando se puede padecer un pólipo (lesiones benignas pero potencialmente malignas que pueden acabar en un cáncer).
Dos tipos de endoscopia
Hay dos tipos: la endoscopia digestiva superior o gastroscopia, que explora el esófago, el estómago y el duodeno; y la endoscopia digestiva baja o colonoscopia, que explora el intestino grueso o el colon.
La longitud del tubo que se introduce puede variar: de 120 a 130 centímetros si es para una gastroscopia y de 150 a 180 centímetros si se trata de una colonoscopia.
La gastroscopia es necesaria hacerla cuando hay problemas de dolor abdominal, problemas de reflujo o enfermedad celíaca.
Lo más habitual es diagnosticar úlceras en el estómago, enfermedad por reflujo, enfermedad celíaca y, en ocasiones, el origen de hemorragias digestivas. También pueden ser diagnosticados tumores de esófago y estómago.
El procedimiento es sencillo: el paciente tiene que ir en ayunas. Para realizar la gastroscopia se introduce por la boca del paciente un endoscopio, que consiste en un tubo con una cámara en un extremo que permite ver el esófago, el estómago y el duodeno con gran resolución.
No solo permite tener una visión nítida del interior: se pueden tomar biopsias, que luego se analizan, o realizar otro tipo de procedimientos.
Puede resultar algo molesta pero no hay que preocuparse porque habitualmente se seda al paciente y solo dura unos 10 o 15 minutos.