El estar atentos a un correcto manejo y control tanto de la enfermedad hepática como del síndrome metabólico mejorará su historia clínica en lo relativo al hígado y a las enfermedades cardiovasculares.
Según datos de la SEPD, la enfermedad hepática por depósito de grasa no alcohólica es, hoy en día, la patología del hígado más frecuente, por encima de la producida por el alcohol y de la hepatitis C. “Afecta a un porcentaje de entre el 20% y 30% de la población y se calcula que un 10% de los pacientes desarrollará la manifestación más grave de esta enfermedad”, expresa esta entidad.
Además, los expertos consideran que su prevalencia irá en aumento a medida que crece el número de casos de enfermedades como la obesidad o la diabetes, a las que se asocia con mucha frecuencia.
Esta patología se puede manifestar de distintas formas, desde la esteatosis hepática, a la esteatohepatitis no alcohólica, una manifestación más grave que puede progresar en cirrosis, cáncer hepático y en enfermedades cardiovasculares.
El primer signo de alerta para detectar la enfermedad hepática es que los pacientes cumplan dos de los tres supuestos siguientes: presentar hígado graso en la ecografía; tener las transaminasas altas en los análisis de sangre o sufrir un trastorno metabólico, como obesidad, diabetes o hiperlipidemia, según indica un estudio publicado en la “Revista Española de Enfermedades Digestivas”.
Hay diversos estudios e investigaciones en marcha. Pero, por el momento, el mejor tratamiento de la patología es preventivo, con un control adecuado del trastorno metabólico, una dieta sana y equilibrada que disminuya el exceso de peso y ejercicio.