Hábitos de vida poco saludables en cuanto a alimentación, sedentarismo o consumo de tabaco y alcohol que afecten a nuestro organismo son la puerta de entrada de enfermedades cardiovasculares. Pero también hay otros factores de riesgo cardiovascular emergentes: la salud mental y la contaminación.
Padecer un trastorno de salud mental, como una depresión, podría incrementar las posibilidades de sufrir alguna enfermedad cardiovascular.
Según la Fundación Española del Corazón (FEC), se sabe que en los pacientes con infarto de miocardio la prevalencia de depresión es tres veces mayor que en la población general y está infradiagnosticada.
Los pacientes con depresión diagnosticada durante un síndrome coronario agudo muestran una peor evolución y más eventos cardiacos durante el seguimiento que aquellos sin depresión.
En el caso de la ansiedad, a diferencia de lo que ocurre con la depresión, existe más controversia respecto a su relación con la patología cardiaca. Algunos estudios han encontrado que puede ser un factor asociado tanto a complicaciones durante un ingreso hospitalario, como a complicaciones a largo plazo y a un aumento de la mortalidad en pacientes con infarto de miocardio. Sin embargo, otros estudios no han encontrado dicha asociación.
El mayor estudio realizado hasta la fecha en 52 países referente a factores psicosociales e infarto de miocardio sostiene que los niveles elevados de estrés se relacionan con un aumento del riesgo de aparición de infarto.
Existen también varios estudios que relacionan los trastornos del sueño (insomnio) con una mayor incidencia de enfermedad cardiovascular. Un análisis acumulativo para todos ellos muestra que los sujetos con insomnio tienen un 45% más de riesgo de desarrollar o morir de enfermedad cardiovascular que aquellos que no refieren alteraciones del sueño.
Por contra, ser positivo mejora la salud cardiovascular.
Según algunos estudios, el optimismo disposicional parece reducir a la mitad el riesgo de infarto frente al pesimismo, que supone un aumento del riesgo cardiovascular.
Del mismo modo, mejora la evolución en caso de eventos cardiovasculares, reduce las probabilidades de tener una recaída, ayuda al mejor funcionamiento del sistema inmunológico y del sistema nervioso autónomo, facilita la adquisición y mantenimiento de hábitos de vida saludables, así como el desarrollo y mantenimiento de mejores relaciones sociales y familiares.
DE EFE