La sangre, más espesa que el agua, rica en oxígeno y energía, alcanza hasta la última célula del cuerpo humano a través del sistema vascular. Posteriormente, retorna al corazón para ser revitalizada y repetir este proceso incesantemente. Este recorrido sanguíneo se logra mediante la sístole, que es la contracción del corazón, y la diástole, que es la dilatación del músculo cardíaco.
Cuando el corazón deja de latir durante apenas cinco segundos, comienzan a experimentarse mareos o un inicio de desvanecimiento. Al llegar a los diez segundos, un lapso breve en comparación con la duración de toda una vida, es común que la persona pierda el conocimiento, lo que se conoce como síncope o desmayo. Si la parada cardíaca persiste más de diez minutos, la muerte se vuelve prácticamente inevitable.
Hasta los diez minutos, especialmente después del cuarto, el corazón sufre daños irreparables.
Para mantener un ritmo constante e ininterrumpido, el órgano más noble del cuerpo humano cuenta con un sistema eléctrico que genera impulsos de forma rítmica, similar a un diapasón musical.
El nódulo sinusal o sinoauricular, donde se originan y regulan cada uno de los latidos automáticos, independientes de la voluntad del individuo, se encuentra en el interior del corazón, específicamente en la aurícula derecha. Funciona como un interruptor que envía estímulos periódicos para contraer el músculo cardíaco de manera rítmica: 60, 70 u 80 pulsaciones por minuto. Las células ajustan el ritmo cardíaco según las necesidades del cuerpo.
Cuando se requiere un ritmo más elevado, como al subir una escalera, las células inducen al corazón a aumentar la frecuencia cardíaca hasta alcanzar las 90 o más pulsaciones por minuto.
A pesar de su diminuto tamaño, de dos a cuatro milímetros, este nódulo marca un pulso aproximadamente cada segundo, sin depender de pilas o baterías. La señal se propaga por todo el músculo cardíaco a través de un sistema de cableado para llegar a cada célula encargada de la contracción cardíaca.
Este sistema de cableado atraviesa las aurículas y se dirige hacia otro nódulo, llamado auriculoventricular, para luego distribuirse por las ramas izquierda y derecha del corazón.
Si el sistema bioeléctrico sigue un ritmo normal y adecuado para la edad y el esfuerzo, los latidos cardíacos serán regulares y se considerarán sinusales. Sin embargo, si no se generan impulsos suficientes, pueden surgir bradicardias, que se traducen en un ritmo cardíaco lento. Esta situación también puede manifestarse en las vías de distribución y sus diversas ramificaciones.
Cuando el sistema está anormalmente excitado, ya sea en el nódulo sinusal o en cualquier otra área del músculo cardíaco, y se generan más estímulos de los necesarios, se producen las taquicardias, un ritmo cardíaco acelerado. Estos son focos anómalos que compiten con el nodo principal.
Tanto las bradicardias como las taquicardias se diagnostican mediante un electrocardiograma (ECG) o un Holter.
En la mayoría de los casos, un sencillo y eficaz electrocardiograma en tiempo real, disponible en cualquier consulta de cardiología, es suficiente. Cuando las arritmias no se detectan de inmediato, pero se sospechan, se recurre a un Holter, una prueba que registra la actividad bioeléctrica del corazón durante al menos 24 horas.