Las pruebas de endoscopia que son fundamentales para el diagnóstico y tratamiento de las enfermedades que afectan al sistema digestivo incluyen la gastroscopia, la colonoscopia y la enteroscopia. Estas se complementan con los estudios esofágicos de manometría y pHmetría.
Toda esta tecnología médica, utilizada en la especialidad de gastroenterología, se introduce en el cuerpo humano a través de la boca o la nariz en el caso de la gastroscopia, manometría y pHmetría, o por el ano en el caso de la colonoscopia y enteroscopia. Es un procedimiento mínimamente invasivo que prácticamente no causa efectos secundarios, aunque en muchas ocasiones se requiere la sedación parcial o total del paciente.
El propósito de estas técnicas es la detección de «anomalías» en el interior del sistema digestivo, teniendo en cuenta sus diferentes partes esenciales: el esófago, el estómago, el duodeno, el intestino delgado (que es la zona más complicada de analizar), el colon o intestino grueso, e incluso el recto.
En términos generales, la endoscopia nos permite acceder al interior del cuerpo humano o de los animales de una manera mínimamente invasiva mediante un dispositivo en forma de tubo flexible. A través de este tubo se introduce el instrumental, que consta de una minicámara de vídeo y una luz en su extremo distal.
A través de la endoscopia, se pueden diagnosticar y tratar diversas afecciones, como inflamaciones, hemorragias, úlceras, pólipos y tumores, mediante la visualización directa en un monitor. Además, mediante la manometría y pHmetría esofágicas, se puede analizar el funcionamiento de la presión en las paredes del esófago y la persistente acidez en este conducto, que es fundamental en el proceso de la alimentación y altamente susceptible a padecer dolencias.