Las enfermedades cardiovasculares son la primera causa de muerte en el mundo, con más de 17 millones de muertes anuales (incluidas las enfermedades cardíacas del corazón y los ictus o infartos cerebrovasculares).
El problema es que la gran mayoría de las veces el infarto no da la cara hasta unos minutos u horas antes de que el paciente lo sufra, e incluso puede afectar a personas sanas y físicamente atléticas y que no hayan presentado problemas previamente.
Un infarto es algo que le puede suceder a cualquiera. El colesterol que todos conocemos como ‘malo’ se nos va acumulando en las arterias desde que nacemos y va teniendo una progresión. Lo que pasa es que hay personas que tienen estas placas algo más inestables y se pueden romper con una mayor facilidad, dando pie al infarto o a la angina de pecho.
En realidad, la enfermedad que lleva al infarto empieza a los 15 años de edad, de los 15 a los 20 años, y el colesterol empieza a entrar: por el tabaco, por tener un alto nivel de colesterol, por la hipertensión, por la no realización de ejercicio; todos estos aspectos, dañan a la arteria por dentro y el colesterol va entrando, incluso el colesterol de niveles normales. Lo que significa que “la enfermedad va evolucionando hasta que llega un momento, a los 40, 50, 60, 70 años, que hay una explosión.
Es decir que cuando alguien se encuentra bien y de repente tiene un infarto, es importante retroceder y conocer los factores de riesgo de dicho paciente cuando tenía 15 o 20 años, pues seguro que no estaba perfecto.
Si una persona de veinte años tiene una muerte súbita por causas cardíacas casi con seguridad es una enfermedad de origen genético o una malformación congénita. Es muy difícil que sea otra cosa. Salvo que tenga una hipercolesterolemia familiar, que es muy excepcional. A los 40 ya sí pueden existir patologías coronarias y una mala genética que te lleven al infarto.